La juramentación de Maduro en medio del caos de las relaciones internacionales


El presidente venezolano Nicolás Maduro Moros se juramentará el 10 de enero luego de su reelección que tuvo lugar en mayo pasado ante el Tribunal Supremo de Justicia. Este significativo acto político, pese a verse atravesado por señalamientos controversiales, para Venezuela se reviste en un contrapeso de la institucionalidad venezolana frente a las agendas de caos que se han promovido contra el país en sus frentes interno y externo.

El caso venezolano viene a ser, por el contexto del mundo convulso, una antítesis frente a la vertiginosa destrucción de los sistemas de gobernanza global, que empujan a las naciones a una espiral de alto riesgo.

Para empezar, el choque de elites intestino a la política estadounidense, justo ahora cuando el gobierno de ese país presenta un cierre por choques entre el ejecutivo y el poder legislativo, la posibilidad de impeachment contra Trump y la errática y desbocada política exterior estadounidense que los ha enfrentado a Europa, que también les ha colocado en guerra comercial contra China y en relaciones cada vez más hostiles en otros frentes.

La tensión entre los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia en la Península de Crimea y otros territorios de Europa oriental es otro factor a sopesar. Al mismo tiempo las tensiones en Asia, justo ahora que China ha llamado a su ejército a “prepararse para la guerra” por la integridad del territorio chino y Taiwán y la disputa por la garganta comercial asiática que es el Mar Meridional Chino.

Francia arde. Europa, que luce debilitada y con sus consensos fragmentados, lidia con los efectos inmanejables de la estela migratoria, consecuencia una vez que Europa subordinó su política exterior a las aventuras estadounidenses en varios países del Medio Oriente.

Siria vence la guerra mercenaria salafista con apoyo de Rusia e Irán, no obstante la retirada estadounidense persiste como elemento indeterminado, en una trama de conflicto subregional que también se encuentra atravesada por la guerra de Arabia Saudita contra Yemen y que ha ocasionado una de las crisis humanitarias más graves de nuestro tiempo.

Regresando a América Latina, la fragmentación política se cierne alrededor del tema Venezuela. Los espasmos integracionistas que marcaron otrora momentos políticos en la región, se diluyeron con la regresión del ciclo progresista regional y la contraofensiva de las fuerzas de derecha y ahora de ultraderecha, tal como lo ilustra el caso brasileño. Estados Unidos ha sabido emprender un reordenamiento de su tradicional área de influencia colocando bajo su sombra a los países alineados en el Grupo de Lima, una instancia no institucional y sin poder vinculante, que aún así se erige como foro supuestamente legítimo para afinar la política en el continente.

Estar en contra o a favor del injerencismo en Venezuela es la agenda que entonan las relaciones internacionales en este lado del mundo, propiciando situaciones de estridencia que son inéditos, donde las amenazas militares y los ataques políticos estadounidenses colocan a Colombia y a Brasil como portaaviones y dispositivos operativos y funcionales para tales fines.

No está demás decirlo: Estados Unidos aparece en todos estos frentes de conflicto global.

Las cartas por jugarse en Venezuela

Recientemente el embajador ruso en Venezuela, Vladimir Zaemsky, señaló las intenciones de Estados Unidos de intervenir militarmente en Venezuela. No obstante, por posiciones públicas de diversos gobiernos en la región, es sabido que pese a las hostilidades políticas de presidentes latinoamericanos en el Grupo de Lima contra Venezuela, entre la mayoría de sus integrantes hay un claro rechazo a la opción militar contra la nación petrolera.

De hecho, el planteamiento operativo de “cerco a Venezuela” luego del 10 de enero no tiene consensos totales. El gobierno de Mauricio Macri publicó hace poco un conjunto de unilaterales e ilegales sanciones contra autoridades venezolanas, pero dejaron en claro que sostendrían su embajada en Caracas, según ellos “para mantener contacto con dirigentes opositores venezolanos”, pero en definitiva dejando por sentado que un cese de relaciones se da por descartado. México y Uruguay han dejado claro frente al Grupo de Lima que reconocerán el mandato de Maduro.

El ascenso del presidente Maduro a un segundo mandato, por vía legítima del voto, es precisamente un hecho político diametralmente contrario a la agenda de desplazamiento, golpe e intervención de la vida política venezolana, pues sobre estos dispositivos de horror yace el sistemático principio de la política estadounidense de avasallar a los Estados-nación. Venezuela, que es también un foco de influencia a escala regional, es el contrapeso concreto visible a la política de desmantelamiento de países que ha orquestado Washington.

Venezuela se ha apegado a su institucionalidad y ha resistido desde ella, pese a los chantajes y presiones. Para muchos factores en la política internacional, las posibilidades de una regresión en el conflicto venezolano estarían planteadas desde un nuevo acuerdo dialogado en Venezuela. Pero como en otras ocasiones, este estaría intervenido por factores perturbadores interesados en imponer su política del garrote, como ha ocurrido en ocasiones anteriores mediante el boicot al diálogo por parte de la oposición venezolana, que obedece directrices del Departamento de Estado.

¿Qué opciones quedan para Estados Unidos si de avasallar al Estado-nación venezolano se trata? ¿Cuáles serán las dimensiones reales en la errática y conflictuada política exterior estadounidense en este lado del mundo?

En este punto, el 10 de enero como inflexión de la política venezolana y de la región signará el inicio de una etapa. La resolución entre la estabilidad política frente a la agenda de caos planetario, tiene un importante episodio en Venezuela.

La mayoría de las visiones regionales, viniendo de ambos lados de la lateralidad política, coinciden que Latinoamérica debe preservarse como zona sin conflictos. Pero esos consensos no bastan. Son impredecibles los recovecos en el laberinto de la política estadounidense, que es hoy convulsa, complejizada y se encunetra en declive.

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