La solidaridad internacional en tiempos de guerra


Por: Marco Teruggi

Estamos más solos. No es una novedad, es una tendencia que se profundiza. La solidaridad internacional con Venezuela ha disminuido, en particular luego de los meses de abril/julio del año pasado. Tomaron distancia aliados antes cercanos, así como otros que miraban con atención el proceso y nos defendían ante las avalanchas de acusaciones lanzadas desde los medios concentrados y las fuerzas de derecha. Ya no estamos solamente ante la necesidad de deconstruir las matrices que repiten que Venezuela es una dictadura, sino también de reconstruir un tejido de apoyo a la revolución que se ha visto golpeado. Son dos niveles distintos, que demandan estrategias diferenciadas.

Se puede optar, ante este cuadro, por descargar toda la responsabilidad sobre los demás. Es brutal la cerrazón y homogeneidad de los grandes medios de comunicación internacionales. Están negados gran parte de los espacios para quienes no repitan el discurso que tribute a aislar a Venezuela. A esto se han agregados las voces de una gama de presidentes de América Latina y Europa. También se puede señalar a quienes se han alejado de una serie de adjetivos: oportunistas, traicioneros, intelectuales que solo se cobijan donde calienta el sol -ya Venezuela no es sol sino tempestades- claudicantes ante las presiones políticas en cada uno de sus países, cómplices por elección.

Poner toda la responsabilidad en campo ajeno resulta poco honesto y sobre todo poco constructivo. No dudo que ciertas posturas públicas -el silencio es una de ellas- puedan explicarse complejizando algunas de esas adjetivaciones. Pero significa no preguntarnos en qué fallamos, qué no hacemos o hacemos mal, y aleja la posibilidad de volver a tejer los anillos necesarios alrededor de Venezuela, rearticular solidaridades entre izquierdas, progresismos, y ecologismos en el caso de Europa. Son centralmente ellos quienes pueden a su vez disputar sentidos sobre Venezuela en cada uno de sus países, en debates, votaciones, movilizaciones, según las correlaciones de fuerzas políticas y comunicacionales que, en términos generales, no son favorables. Eso es imprescindible en esta situación donde se escuchan armas cargándose en la puerta de nuestras fronteras y las solidaridades no son automáticas.

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El primer nivel es el de defensa del carácter democrático del proceso político que se vive en Venezuela. En eso se ha retrocedido. Es cada vez más extendida la opinión pública que identifica al chavismo como una dictadura. Esa es, por ejemplo, la palabra que más es asociada con Venezuela cuando se hace un relevamiento de los medios de comunicación en Suecia -podría extenderse a varios países. La segunda palabra que más aparece es corrupción. Esa matriz es difundida de manera furiosa: les es imprescindible extenderla hasta las nauseas para justificar las sanciones de los Estados Unidos, la Unión Europea y el Grupo de Lima, y para crear las condiciones de cara a una posible nueva acción de fuerza nacional/internacional.

En esa dimensión del debate hacen falta herramientas concretas: leyes, artículos de la Constitución, sentencias del Tribunal Supremo de Justicia, hechos, declaraciones como las del comisionado de derechos humanos de la Organización de Naciones Unidas quien afirmó en diciembre que no existe crisis humanitaria en Venezuela. Afuera existen dudas acerca de la Asamblea Nacional Constituyente, sobre la legalidad del adelantamiento de las elecciones, las razones que explican por qué la Mesa de la Unidad Democrática o Voluntad Popular no puedan presentarse a las elecciones presidenciales. Hablo de convencer a quienes podrían sumarse al apoyo, pero se encuentran con faltas de argumentos ante un cuadro de alta tensión, o de defenderse ante los ataques sistemáticos de la derecha. En eso, se sabe, importa lo legal pero también y sobre todo lo legítimo.

Ese nivel es necesario pero insuficiente. Se corre el riesgo de caer en una limitación que varios afuera señalan como victimización. Esto, traducido, significa que el discurso consiste en un decálogo de las agresiones internacionales/nacionales, junto con la defensa de todo acto del chavismo. El discurso del bien y el mal puede tener efecto para la defensa democrática y el desenmascaramiento del enemigo, pero tiene poca fuerza para reconstruir solidaridad, hablar con izquierdas, progresismos, que además se encuentran en una época de más dudas que certezas -Venezuela operaba como una de las certezas, ahora poco. Es necesario poner en debate la revolución como revolución, que no funciona bajo el clivaje de bien/mal.

El proceso tiene contradicciones, pasiones alegres, pasiones tristes, policlasismos que tensionan la dirección de las salidas a la guerra/crisis económica, herramientas políticas, movimientos, experiencias de organización popular, lógicas burocráticas, épicas, más de un millón novecientas mil viviendas entregadas etc. Es necesario analizarla, traducirla a otros idiomas políticos, pensar una narrativa que se salga de lenguajes como “comandante supremo”, y la liturgia de propaganda, que son contraproducentes en otros países -muchas veces también en Venezuela.

Significa que se debe ahondar en el análisis del propio proceso, siempre en el marco del cuadro general en el cual se desenvuelve. La voz oficial es evidentemente imprescindible, pero resulta insuficiente por sí sola para este otro nivel: es una (auto)limitación defender la revolución solo desde la institucionalidad y pocos dirigentes. Se desaprovecha la potencia del chavismo, se lo reduce a la dirección de gobierno y del Psuv, y la revolución se presenta haciendo frente a una avalancha de imágenes de inflación, colas, migraciones, escuálidos en el extranjero, con un discurso muchas veces gastado, para los ya convencidos.

Necesitamos rearmar estrategias de comunicación, volver a entusiasmar, y eso pasa, entre otras cosas, por ampliar las vocerías hacia afuera, las narrativas, los debates sobre la misma revolución, así como replantear, por ejemplo, los encuentros de solidaridad realizados en Venezuela, donde el esquema de hotel/sala cerrada/diálogo con algunos dirigentes, es una fórmula de efecto limitado. Para enamorar de la revolución es necesario compartirla aguas abajo, en experiencias como asambleas comunales, distribuciones de Clap, en el país profundo sin aire acondicionado. ¿La revolución son los dirigentes formales? Sería un error grande concebirlo así, un error que ocurre, es parte de nuestros problemas hacia adentro y hacia afuera.

Ese segundo nivel es clave. Implica también reconocer problemas, analizarlos, explicar, por ejemplo, el desarrollo y combate a la corrupción, la dificultad en haber logrado ampliar la base productiva a pesar de las pruebas que se hicieron en ese camino -afuera todos se preguntan por qué el chavismo no lo intentó-, o qué errores hemos cometido para no lograr estabilizar el cuadro económico provocado por la estrategia del enemigo. Procesar limitaciones otorga mayor credibilidad y esa credibilidad es hoy imprescindible.

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Este análisis nace de un recorrido que realizamos entre enero y febrero en varias ciudades europeas donde dimos conversatorios sobre la revolución, entrevistas a diferentes medios, una iniciativa que fue posible gracias a asociaciones, fuerzas políticas, que trabajan la solidaridad con Venezuela. La conclusión luego de esa experiencia es que se pueden reconstruir un tejido de apoyo público, pero difícilmente se logrará en caso de mantener el piloto automático. El enemigo ha desarrollado fuerza internacional en un cuadro de avanzada de las derechas en varios países, cuenta con alianzas poderosas -que son el mismo enemigo- y sabe jugar en el terreno comunicacional. La revolución, como en otros espacios, debe reinventarse para defenderse y aportar sus enseñanzas, que son muchas. Estas son pistas para hacerlo. Resulta urgente en este contexto de creciente aislamiento y un cielo que se cubre de tormenta.

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